viernes, 1 de junio de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH I


PREMISA: Estuve en Marrakech siete días en agosto del 2011. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía.  Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narración será de la aurora al crepúsculo.  Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba... 

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LUNES: EL PODER DEL MIEDO 

Me despierto a las cinco de la mañana.  Mi vuelo no sale hasta las diez. “El horror el horror”, me digo a mí mismo como Marlon Brando en Apocalypse Now. Me había emborrachado el viernes. Mis resacas suelen durarme dos o tres días según lo que beba. El hecho es que la llamada “resaca de lunes” es siempre la misma. El Miedo. Un terror que acomete todos mis miembros y me impide salir de la cama para enfrentarme al mundo.  Durante la época de estudios, rara vez iba a la Universidad un lunes. Con antecedentes alcohólicos, digo. Mas ahora no tengo opción.

Me levanto y me voy a duchar. Espero que el agua, antítesis del alcohol, pueda borrar el terror que llevo en el cuerpo. Me medico por mi condición.  Había empacado varias pastillas. Por si yendo al sur perdía el norte.  Nunca se sabe.  También Imodium y Pepto Bismol. Tengo mucha náusea. No sé si por la resaca o por los nervios. Me voy a Marrakech solo desde Madrid. Qué miedo siento. Visto la camiseta amarilla de Sinestro Corps.

Me dirijo al metro. Iba muy bien de tiempo. Me había levantado una hora antes de los previsto. Me alegro que el horror incremente mi puntualidad. Por desgracia, ser puntual no elimina mi pavura. No dejo de pensar en la decisión impulsiva que he tomado. Como si intento escaparme de algo. Irónicamente, mi cobardía me condujo al miedo que siento en estos momentos. ¿Marrakech? ¿Ir al desierto en pleno mes de agosto? ¿En el auge de todas las revoluciones afrancesadas del mundo árabe? ¡Solo! Debo estar perdiendo la mente. Al menos llevo mucha medicación.

En el aeropuerto facturo con tiempo de sobra.  No llevo mucho equipaje en realidad. Sólo dos mochilas con las camisetas del Espectro Emocional, un bañador, una pantaloneta, cuadernos, un cómic de Batman y tabaco. En lo que lo último respecta, salgo a fumar tras conseguir mi billete. Error. Sólo multiplica el miedo. Paso los controles y me dirijo a uno de los cafés del aeropuerto. Los precios son desorbitantes. Pero necesito comer. Eliminar el alcohol completamente de mi sistema. Pienso un momento incluso quitarme  la resaca con más alcohol. “Regular el pH”, como diría mi amigo Alberto García Crego. Algo que no puedo hacer. Puesto que he sido elegido para inspirar un gran miedo. Y no tengo ni idea por qué. Me pido un café, un zumo de naranja y un pincho de tortilla española. Casi ocho euros en total. ¡Vaya estafa! Me da igual al poco tiempo. Estoy muy débil. Físicamente y psicológicamente. Ni siquiera tengo las energías para protestar. Devoro mi comida de oro en cuestión de segundos y me dirijo a la puerta de embarque.

Todavía dispongo de mucho tiempo. Y opto por leer. Batman: El Retorno del Caballero Oscuro. En aquellos momentos, me parece relevante haber elegido ese cómic para este viaje. Batman es, después de todo, el superhéroe cuyo poder se estriba en inspirar miedo en el corazón de los criminales. Incluso fue poseído por un anillo amarillo en la fase inicial de la guerra Sinestro Corps. Me percato, entonces, que mi objetivo de este día es invertir el miedo que sentía hacia fuera. ¿Cómo a inspirar a otros lo que sientes y dejar de sentirlo tú mismo? ¿Me hacía falta un disfraz de algún tipo? Batman le tenía miedo a los murciélagos y personificó ese miedo para proyectarlo hacia fuera. Pero mi caso era más abstracto. Ni siquiera sé lo que temo. Como si se tratara del Miedo Puro. Innato contaminado Poseído sometido a la Entidad  viviendo



Cuando entro en el avión, me dejan sentarme en cualquier asiento. Como es mi costumbre antisocial, me dirijo a la parte trasera.  En la ventana con la esperanza de ver el desierto. El avión comienza a llenarse. Los dos asientos a mi izquierda permanecen desocupados. No puedo estar más contento. Hasta que llega el azafato a preguntarme si me importaba sentarme en la salida de emergencia. No es una orden. Me da la opción sencillamente. Me dice que necesita dos personas y falta sólo una. Accedo sin pensármelo detenidamente. Mientras me levanto recuerdo lo absurdo que me parece el tema de seguridad en los aviones. En la película del Club de la Lucha (Fight Club) lo llaman “la ilusión de seguridad”. Cuando llego a la susodicha salida de emergencia, me azota la ironía que la otra persona responsable de nuestra seguridad está dormida. Ni siquiera se levanta para dejarme pasar a la ventana. Cerca del ala donde ya no puedo ver el desierto.

Mientras me siento y me maldigo por obedecer, no dejo de pensar en la guía de Marrakech que había comprado  para el viaje. ¿La dejé en el otro asiento? ¿O lo guardé en mi mochila antes de meterla en el compartimiento superior? La Bella Durmiente me impide mi cometido. Lo puedo despertar, pero no me atrevo. Me siento débil y sin voluntad. El miedo crece en mi pecho. Sin la guía estoy perdido. Sigo sin el valor para despertarlo. No comprendo como debo inspirar miedo todavía. Lo contrario sería ser valiente. No es lo mismo. ¿Cómo lo hago? Opto por la apatía y decido confirmarlo después. Empieza a darme mucha hambre. Y tiene su razón de ser. Hablando desde la psicología.

Cuando viví en Francia, la primera familia que me acogió acabó odiándome. Sobre todo la madre. Nunca le mostré lo que se esperaba de mí. Como consecuencia, me hacía sentirme mal durante cada comida. Fui a un programa de intercambio para trabajar en el campo. La madre nunca me daba faena. Sencillamente me quería como una especie de mascota para llenar el vacío de su retraso sentimental. Fracasé como individualista. A la hora de las comidas, me preguntaba siempre qué había hecho. Para probar si era digno de la comida que me ofrecía. Llegó al punto que ni siquiera me ponía un plato. Aparte de la presión que tenía para trabajar y merecer un puesto en su mesa, sentía miedo cada vez que iba a comer. Con el tiempo me condicioné a sentir ambas cosas a la vez. Sentía miedo cuando tenía hambre y me daba hambre cuando tenía miedo. No logré superarlo del todo.

Los precios en el avión son igual de exagerados que en el aeropuerto. Me gasto otros siete euros en un bocadillo, una Pepsi y unas patatas. Reduzco mi miedo pero no lo elimino. Me reconforta encontrar mi guía en la mochila al aterrizar en Marrakech. El vuelo duró alrededor de dos horas. En mi mente fue una eternidad. Afortunadamente no tengo problema alguno pasando por la aduana y encontrando mi otra mochila. Cambio veinte euros a dírhams para el taxi. Mi guía dice que los taxistas suelen a estafar a los turistas en el aeropuerto (dónde no). Un amigo del trabajo ya me había advertido que no podían cobrarme más de diez dírhams. Estoy determinado a negociar el precio. Pero cuando salgo fuera, me encuentro con algo inesperado.

Todos los taxistas están juntos. Aparcados en filas y reunidos en un gran grupo como hienas. ¿Las presas? Los turistas que salen. Me da la sensación que sólo me ven a . Siento sus miradas. Empiezo a fumar. Me tiembla la mano. Nuevamente, no sé si por la resaca o el miedo. Los taxistas están conspirando ya en mi contra. Lo sé. Mientras más disimulo mi indiferencia, más siento que me miran.  Me percato que hay una zona específica donde debo fumar. Una especie de jaula de canarios esférica. No me encuentro en ella. Otra razón para que todos los taxistas fijaran sus miradas en .  Como una gacela herida y de poca edad que a penas puede caminar. La nicotina aumenta mi paranoia. Siento que no puedo respirar. Me movilizo al área de fumadores con los demás turistas. Más próximo a los taxistas. Intento distraerme en la otra gente de mi rebaño. Pero sus risas me atormentan. Sé que los taxistas sólo me ven a mí. El turista ingenuo que vino solo. Mi cigarro se consume proporcionalmente a mi ansiedad. Ya no tengo más opciones. Y no dejo de pensar en lo que puede llegar a pasarme…

Me acerco a las hienas. Siento mi corazón latiendo. Hasta que veo que ninguno se ofrece a llevarme. Intento elegir al que parece menos vicioso. Pero se me olvida que trato con una manada y me redirige a otro. Pregunto cuanto cuesta ir a mi hotel. Me pide lo mismo que he cambiado. Doscientos diez dírhams. Intento regatear pero tartamudeo en el intento. Me responde que es precio del aeropuerto. No tengo voluntad para discutir. Sé que miente. Pero ya sólo quiero llegar a mi hotel. Durante el camino intenta hacer conversación conmigo. Es muy amable. Aunque me consume por dentro el conocimiento que me haya estafado. Lo dejo pasar. Le respondo en ocasiones. Mas no dejaba de ser una hiena para mí. Llegamos a mi destino y le doy lo acordado.

No tengo problemas para alojarme. Mis reservaciones están correctas y mi habitación está decente. Incluso tengo aire acondicionado. Aún así, siento que el clima de Marrakech está más fresco que en Madrid. Salgo nuevamente a cambiar euros en el banco de la par. Hubo otro dato que acaecía mi voluntad ausente en esos momentos. Un marroquí se me cuela en la fila. El dependiente me pregunta en francés si estaba antes que yo.  Le respondo con un “no” rotundo. Pero el hombre asegura que sí sin dar crédito a mi comentario. Nuevamente decido ceder.

Vuelvo al hotel a dormir. Ya no quiero saber nada de Marrakech ese día. Pienso darme una pequeña siesta. Pero me levanto cuatro horas después. Con menos temor que antes, decido explorar mis inmediatos alrededores. Me llaman la atención varias cosas. El color rojo de la ciudad, la ausencia de nombres en las calles y la cantidad de musulmanes en todos lados. Algunos pasan completamente de mí y otros se me quedan mirando. Voy perdiendo el miedo a los marroquíes a la media hora. Decido cenar un shawarma barato en frente de mi hotel. El sol se está poniendo. Los camareros que me atienden son muy apáticos. Pido mi orden y me dejan esperando. Casi media hora. Y es comida rápida. Me dicen que la plancha se está calentando. Pero no les creo. Me empiezo a irritar. Hasta ahora había tolerado mil injusticias. Intento mantener las formas pero me sale del alma la expresión en francés, “Cinco minutos más y me largo para no volver”. El tono de mi expresión es agresivo. Como si los estuviera amenazando de muerte. Me sorprende haberlo dicho de esa manera. El hecho es que me dieron el shawarma en minuto y medio. Me regalaron la bebida. Ya sé cómo inspirar miedo. Y todo tiene que ver con puntualizar con seriedad alguna pérdida futura. Como yo antes temía perder el respeto del azafato, el buen trato de la bella durmiente y el hombre del banco o mi dinero con la hiena taxista. En esos momentos recuerdo que nunca cargué mi anillo. ¡Y TENGO TODA LA NOCHE POR DELANTE!


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