sábado, 4 de agosto de 2012

LAS NOCHES MÁS OSCURAS DE MARRAKECH IV


PREMISA: Estuve en Marrakech siete días en agosto del 2011. A cada día corresponde una camiseta de un Cuerpo de Linternas en acorde a la primera emoción que sentía por la mañana. Luego emprendí en rutas turísticas determinadas intentando conservar y explotar la emoción que tocaba. Enfatizo que ninguna de las camisetas fue preseleccionada. Lo que sentía ese día, vestía.  Eran meras pautas para condicionar mi dialéctica e interacción con la gente de una manera u otra. A nivel personal, era una búsqueda por encontrar mi emoción en el Espectro Emocional. Tenía seis camisetas y vestí la emoción ganadora en mi retorno el séptimo día. Ah… y otra cosa… como el mismo nombre implica, mis noches fueron demasiado oscuras para ser contadas. Con lo cual, la narración será de la aurora al crepúsculo. Lo que hice por las noches, me lo llevo a la tumba... 

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La historia hasta ahora:

Lunes: Aprendí a inspirar un gran miedo. Haz click aquí para leer la entrada completa.

Martes: Encontré el cadáver del Superhombre. Haz click aquí para leer la entrada completa.

Miércoles: Mi avaricia me condujo a la perdición. Haz click aquí para leer la entrada completa.



                                                    JUEVES: EL PERFUME DE CARMEN

                                                         Roja. La ciudad de Marrakech
                                                         Roja. La ampolla de mi pie
                                                         Roja. La bandera de Marruecos
                                                         Roja. La quemadura del Sol
                                                         Roja. La sopa del Ramadán
                                                         Roja. La camiseta que…

                         Babum… babum… babum, babum, babum babum babumbabumBABUM!


Cronos Carpio del Tártaro. Tienes mucha rabia en tu corazón. Bienvenido al Cuerpo de las Linternas…

                                                                      ¡¡¡ROJAS!!!

No he dormido en mi hotel. Al menos recuperé la tarjeta de mi banco. Pero ha sido la gota que colmó el vaso: ¡Incluso los cajeros intentan estafarme! ¿Cuánto habré caminado ayer en día y noche? La respuesta es la ampolla de mi pie. No una ampolla cualquiera. Nunca me había salido una igual. La ampolla convencional está rellena de agua. La mía, de sangre. Aparte el sol me había quemado por todas partes. Cada vez que una parte afectada se roza contra algo, siento picazón y un ardor como ninguno. Me siento irritado. Y no me extraña que desemboque en ira descontrolada.

Visto mi camiseta Red Lantern sin chilaba. Deseo calmarme. Me enoja estar enojado. Valga la ironía. De momento, sólo tengo dos objetivos: una farmacia y un spa. No quiero saber nada de la anacrónica. Quiero disfrutar de mis vacaciones. Relajarme. Desprenderme un momento de la idea que estoy en un proyecto. Mi parte racional sigue activa dentro de mi furia. Me incita a sublimar mi irritabilidad de forma civilizada. Curando mis heridas y atendiendo a un centro de relajación. Pero mi destino es otro. No encuentro farmacias. Ni deseo preguntarle a un marroquí. Sólo me enojará más. Me pondrá como la gran p… y no me gusta expresar esos sentimientos. Es el único momento cuando me descontrolo y no puedo hacer nada al respecto. Me vuelvo Hulk. Valga la ironía.

Me paso a los spas. Voy a dos. Y tienen el mismo elemento en común: la puerta cerrada y el rumor de taladros y martillos desde el interior. No soy un experto en la musicalidad de la relajación, pero creo que un spa debería ambientarse en un sitio donde no se mutilen las paredes. Decido volver a mi hotel. Paso frente al Supermercado en el camino. Los reponedores sacan pescado de una furgoneta. El olor por poco y me hace vomitar. Devolver sangre. En el doble sentido de la expresión. Tengo mucha sed. Me detengo en una tienda más adelante. Como por instinto, elijo dos zumos de frutas de bosque. Rojo a la vista, dulce al sabor. Me los bebo en unos minutos. Estoy refrescado otra vez. Pero sigo deshidratado espiritualmente. En esos momentos me percato que lo que tengo en realidad es sed de venganza.

Recostado sobre mi cama, cuestiono mi objetivo. ¿Contra quién deseo vengarme? La lista es tan larga que sólo puedo pensar en universales. Vengarme contra todo el puto mundo. ¡Quiero destruirlos! Las mujeres sharmutahs que me hicieron daño, los amigos malparidos que me la jugaron detrás de mis espaldas, las editoriales cabronas que no me publicaban, los profesores maricones que me humillaban, los morosos de mierda del trabajo y todos aquellos que predicaban la injusticia como una puta religión cotidiana. ¡Quiero matarlos a todos! Tendrán su merecido. Tarde o temprano. Y en el final me bañaría en su sangre sólo para sentir la equidad que me corresponde. ¡SENTIRÁN MI DOLOR, HIJOS DE LA GRAN PUTA!


Estoy oficialmente iracundo. Cabreado… de mala hostia…¡COMO LA GRAN PUTA! Me enfurece cada milímetro insignificante de mis alrededores. Quiero que se extinga la vida en charcas de sangre derramada. Elijo salir a la calle con el mismo puto cometido. Logro encontrar una farmacia. Compro unas tiritas especiales contra las ampollas. Me dirijo a otro spa que había visto en caminatas anteriores a la Medina. Está abierto. En el segundo piso. Mientras subo, echo un vistazo a las tiritas. Aparte de su receptáculo carmesí, me llama la atención que me costó 66 dírhams. Semejante al sector de Atrocitus en el comic. Subo la mirada y veo mi primer spa marroquí. Tiene aspecto de salón de belleza.  Veo gente local y turistas relajados como zombis. Justo entonces, me percato que no es la mariconada que deseo en realidad. Ni siquiera el mejor tratamiento corporal puede librarme del dolor que siento en mi corazón anillo. Todo apunta sólo a una cosa. Lo que me librará verdaderamente de esa agonía que retoza en mi pecho. ¡VENGANZA!

¿Cuál es la frase más conocida sobre este tema? ¿El plato que se come frío? Pues en el caso de Marruecos, es imprescindible. Puesto que el sol se incluye en mi lista de venganza, tengo que actuar por la tarde. Cuando el gran astro pisado se halle débil y los vendedores huecos ya han malgastado sus energías mercenarias. Eso me da tiempo para recomponerme y lamer mis heridas con paciencia. Me como un hariri y un tahín de cordero tan rojo como mi furia. Vuelvo al hotel a aplicarme la crema y las tiritas. Luego espero… y espero… y espero.

Estoy listo a las cinco de la tarde. Me siento recompuesto e hidratado. Con la piel regenerada y los pies de puta madre. A estas alturas el lector se preguntará cuál es el objeto de mi venganza, cómo se me ocurrió y en qué consiste. El precio de las tiritas me remitió al origen de mis sentimientos cabreados. Tal como el origen de Atrocitus tiene que ver con el origen de su sector. En mi caso personal, son mis pies. Me duelen. Me duelen porque nunca pido taxis. Nunca pido taxis porque esos cerotes me estafaron desde que llegué. Me estafaron porque soy demasiado bueno. Ergo, un hueco para regatear. Quizá siempre lo sea. Pero al menos hoy será distinto. Los venceré en su propio juego. Y si acaban llamándome un maricón para regatear después de esta tarde, ¡es porque les voy a poner viendo para Sudáfrica y les voy a dar por culo a todos!




Maquiné toda mi estrategia, el dinero que llevo y a lo que estaría dispuesto a llegar. Aprovechando que mi amiga Carmen me había pedido un souvenir de Marrakech, decido matar dos pájaros de un tiro calibre tres pares de cojones. Necesito tener claro el objeto de mi compra. Tengo pensado un perfume. Sencillamente para exorcizar la humillación hija de puta que se impregna a mi honor.

Camino desde el Hotel a la Plaza Jamaa el Fna como de costumbre. El atardecer se muestra a mi favor regalándome sombra por el costado derecho del trayecto. Aún así, sigue habiendo un calor de la gran puta. Mis pies, incluso recompuestos, empiezan a dolerme a la mitad del trayecto. Ese día no hubiera tenido problema pidiendo un taxi. Ningún taxista se atrevería a estafarme ese día. Que lo intente algún malparido de mierda. En el fondo lo deseo. Pero quiero reservarme. Canalizar mi rabia hacia el sitio indicado. Esa es la diferencia entre ira y venganza; la primera, un impuso rabioso; la segunda, rabia racional. Movilizada hacia el mayor sentido. ¡Sentido de cojones! Además, mi cabreo me ha vuelto tan osado que siento que puedo caminar descalzo sobre fuego. De hecho, mi plan inicial era una bomba suicida en la plaza. Cerca de los taxistas gilipollas. Pero me enteré que ya lo había hecho alguien más. Y hay que ser original. En vida y muerte.




Entro en la plaza mercenaria de Marrakech a paso rápido. Como un misil cuyas coordenadas estaban programadas para cargarse el puto mundo. Ya tenía pensados los vendedores que iba a retar. Se encuentran en la parte norte con puestos en el suelo debajo de sombrillas. Pude haber ido a los zocos, pero también reconozco mis limitaciones para regatear en francés. Antes de salir, ya había practicado las palabras clave para mi estrategia. Debido a que no traje mi grabadora digital por motivos del calor y el crimen, haré el mayor esfuerzo por retratar y traducir del francés los hechos tal y como pasaron:

Me acerco al primer puesto que encuentro. El primer vendedor moreno con barba y chilaba azul me ve enseguida y dice:

-¿Buscas algo en especial?

-Un perfume- respondo recogiendo una botella pequeña que llama mi atención.

-Son esencias aromáticas.

-Sigue siendo un perfume para mí.

Se ríe de mi comentario y agrega:

-Creo que tengo algo que pueda interesarte más.

-Quiero esto- enfatizo con seguridad-. ¿Cuánto es?

-Cuesta sesenta dírhams.

-¡Sesenta! Venga, hombre. Parezco turista pero no lo soy. Treinta.

-Sesenta, amigo. ¿De dónde eres tú?

-Treinta.

-Por treinta puedo ofrecerte otra cosa.

-¿Sabes qué? Doy una vuelta y vuelvo.

-De acuerdo.

-Gracias.      

Normalmente hubiera dado una vuelta ficticia para no ofender al vendedor. Pero siento cómo me estafa detrás de esa amabilidad pajera. Por lo que decido ir al puesto de la par y, recogiendo la misma del otro, le pregunto:

-¿A cuánto?

-Sesenta- me responde el segundo vendedor calvo de chilaba blanca.

-¿En serio? Tu colega me ofrece lo mismo. Treinta.

-Sesenta, sesenta.

-Que sepas que si no me lo vendes a treinta, se lo voy a comprar a él por sesenta.

-Cuesta sesenta.

Justo entonces, recuerdo que los vendedores callejeros fijan los precios como en cualquier economía. Incluso en un sitio tan mercenario como Marrakech. Y uno no le metería la verga a otro hasta después de hacer la venta. El primer vendedor estaba al tanto de todo. Aunque mantenga esa actitud que se la trae floja. El segundo vendedor es más seco que el primero y ni siquiera le digo que me lo pensaría o volvería. Me detengo ante el tercer vendedor. Más joven, ojos claros y una túnica del mismo color que el segundo.  Los primeros dos soplapollas asumen que voy a hacer lo mismo. Pero sorprendo a ambos cuando pregunto:

-¿Qué tienes que cueste treinta dírhams?

Me muestra una cajita sin darme mucho crédito. Como si fuera un turista hueco sin criterio. No comprendo muy bien lo que me ha dado ni lo que lleva dentro. Y me pela la verga. Obviando el presente misterioso, le digo:

-Te doy sesenta por esto y el perfume.

Se lo piensa unos momentos y me responde:

-De acuerdo.

De aquí, la polla en verso de mi plan, pues, sé que el contenido de la cajita no podía valer más que unos cuantos dírhams. Con lo cual pretende venderme el perfume al mismo precio. En su mente, no está infringiendo el código del mercado. Pero los otros vendedores no están de acuerdo. El primer vendedor empieza a cagarse en la madre de otro marroquí a lo lejos mientras que el segundo discute en árabe con el tercero. Por lo visto, los vendedores más jóvenes tienen un supervisor adulto merodeando en la oscuridad de los zocos. Me parece evidente cuando llega éste a gritarle al último vendedor. 

Sin intentarlo mucho, había generado un follón en esa sección de Jamaa el Fna. Me voy con una media sonrisa sin comprar el perfume o la cajita. Ninguno del grupo me sigue o me llama la atención. Una parte de mi se siente insatisfecha. Pese a haber sembrado la discordia entre los vendedores, no había conseguido regatear o comprar el perfume que quería. Para mi sorpresa, llega a buscarme otro vendedor. También con chilaba blanca y con sombrero. El mercenario hijo de puta estaba enterado de todo lo que sucedió desde el momento cero. Me ofrece una especie de jabón. Algo que, según él, tiene los mismos efectos que el perfume.

-Te lo vendo a sesenta- dice el cuarto vendedor alejándome incluso más de la zona de conflicto.

-Quería un perfume- señalo con una voz cortante.

-Es un perfume, amigo. Saca  la mano.

Hago como me dice. Frota un poco sobre mi palma. Huelo el sitio donde me lo aplicó. Tiene una fragancia paradisíaca.

-No pienso pagar más de treinta- enfatizo con redundancia.

-Como tú quieras- me responde sin ansia de regatear-. Treinta, entonces.

Le pago la cantidad justa con velocidad. Intenta venderme más cosas pero me mantengo firme. Le agradezco por el perfume y me voy a paso rápido. Tengo que tirar fuerte de mi brazo para que me suelte. Con el perfume sólido en mi bolsillo y fuera de la Plaza, me detengo en una terraza en la vuelta. Me pido un té marroquí  y saco el símbolo de mi triunfo. Esnifo el aroma con la llegada del atardecer. ¡He aquí el perfume de Carmen! ¡La fragancia de la venganza! 

Enlaces:

Atrocitus wiki: http://fichapersonajedc.blogspot.com.es/2011/03/atrocitus.html
Frases de venganza: http://www.literato.es/frases_de_venganza/
La ira: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2005/08/27/u-1041206.htm

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